RECUERDO

Cuando era niña, el hombre más increíble se encargo de criarme.
Con su voz tierna pero firme creo mi mundo, lleno de color y de vida. Donde los problemas grandes o pequeños se resolvían leyendo un libro. Recuerdo que uno de los días más felices de mi vida, fue en un cuarto mediano lleno de luz, donde Yo estaba sobre un enorme banco de madera, con los codos recargados sobre el restirador, colores y una hoja de papel en blanco.
Comencé a soñar… los cuentos que papá me contaba venían a mi mente y yo los plasmaba en mi hoja en blanco, veía como los personajes se movían y me era difícil dibujarlos. Enormes vestidos, sombreros, valientes guerreros, flores, y el viento… siempre me gusto dibujar el viento.
Una hermosa bailarina no paraba de girar y envolverse con su lazo de colores, ese remolino me desesperaba porque no podía pintarla. Alcé la mirada y vi una de las cosas más increíbles que he visto en mi vida…
Mi padre usaba mezclilla y camisa blanca sin cuello ni mangas, su cabello estaba desalineado, los rulos volaban de un lado hacia otro como si tuvieran voluntad. Recuerdo sus manos, esas mano de dedos largos y delgados, blancas, y aunque trabajadas se sentían suaves al dar una caricia. Sostenía un pincel con el que le deba vida a su propio mundo. Sus manos se movían tan rápido como el aleteo de un colibrí. De vez en cuando miraba la paleta llena de colores, los mezclaba un par de veces y seguía aleteando con sus manos blancas. De vez en cuando daba un par de pasos hacia atrás y observaba su pintura. Al dar un tercer paso, la luz se poso sobre su piel dándole un color de oro, el viento movió la cortina como si quisiera abrazarlo.
Mis ojos no podían creer que mi padre se convirtiera en un ángel dorado con manos de colores, mi sorpresa fue tal que un color cayo al piso rompiendo la belleza del momento.
Su mirada tardo unos segundos en reconocer donde se encontraba, me miro y camino hacia mi, me dedico una sonrisa, se inclino, lo tome por el cuello y me levante junto con el. Sentí su barba que le daba a su rostro un tomo gris. Me vi en sus ojos, llenos de sueños, de amor, de ideales fuertes, de vida… Yo en su brazo, abrazada a su cuello, mi frente rozaba sus mejillas, nos quedamos un instante viendo la pintura, cobijados por los rayos del sol que pintaban nuestra piel de dorado.
Con su voz tierna pero firme creo mi mundo, lleno de color y de vida. Donde los problemas grandes o pequeños se resolvían leyendo un libro. Recuerdo que uno de los días más felices de mi vida, fue en un cuarto mediano lleno de luz, donde Yo estaba sobre un enorme banco de madera, con los codos recargados sobre el restirador, colores y una hoja de papel en blanco.
Comencé a soñar… los cuentos que papá me contaba venían a mi mente y yo los plasmaba en mi hoja en blanco, veía como los personajes se movían y me era difícil dibujarlos. Enormes vestidos, sombreros, valientes guerreros, flores, y el viento… siempre me gusto dibujar el viento.
Una hermosa bailarina no paraba de girar y envolverse con su lazo de colores, ese remolino me desesperaba porque no podía pintarla. Alcé la mirada y vi una de las cosas más increíbles que he visto en mi vida…
Mi padre usaba mezclilla y camisa blanca sin cuello ni mangas, su cabello estaba desalineado, los rulos volaban de un lado hacia otro como si tuvieran voluntad. Recuerdo sus manos, esas mano de dedos largos y delgados, blancas, y aunque trabajadas se sentían suaves al dar una caricia. Sostenía un pincel con el que le deba vida a su propio mundo. Sus manos se movían tan rápido como el aleteo de un colibrí. De vez en cuando miraba la paleta llena de colores, los mezclaba un par de veces y seguía aleteando con sus manos blancas. De vez en cuando daba un par de pasos hacia atrás y observaba su pintura. Al dar un tercer paso, la luz se poso sobre su piel dándole un color de oro, el viento movió la cortina como si quisiera abrazarlo.
Mis ojos no podían creer que mi padre se convirtiera en un ángel dorado con manos de colores, mi sorpresa fue tal que un color cayo al piso rompiendo la belleza del momento.
Su mirada tardo unos segundos en reconocer donde se encontraba, me miro y camino hacia mi, me dedico una sonrisa, se inclino, lo tome por el cuello y me levante junto con el. Sentí su barba que le daba a su rostro un tomo gris. Me vi en sus ojos, llenos de sueños, de amor, de ideales fuertes, de vida… Yo en su brazo, abrazada a su cuello, mi frente rozaba sus mejillas, nos quedamos un instante viendo la pintura, cobijados por los rayos del sol que pintaban nuestra piel de dorado.